jueves, 24 de enero de 2013

Recuerdos fugaces de mi breve paso por el 15M


Mis sospechas se habían hecho realidad. Alguien del pequeño grupo que estábamos allí dio la alerta: «NOS ESTÁN HACIENDO FOTOS» «Cago en mi vida», fue lo único que se me ocurrió decir, o pensar, no lo recuerdo. El que caso es que todos giramos nuestros revolucionarios cráneos hacia el norte y allí estaba, con su equipo de camuflaje al completo: Pantalones Coronel Tapioca a la altura de la rótula, camiseta “me voy a ir a andar por El Chorrillo” y teléfono móvil última generación. En una suerte de posturas y equilibrios bastante complicados, apuntaba la mira de la máquina hacia el grupo, al tiempo que aparentaba teclear un mensaje de texto imposible jugándose peligrosamente la crisma. «Hay que joderse», masculló alguien. «Yo me he dado cuenta, le he sonreído para no joderle la instantánea», dijo otro. Por si fuera poco, a su vera, otro tipo con gafas de sol de pasta parecía debatirse en monólogo interior. Oteaba el horizonte con aire melancólico. Un paquete de Marlboro y una tarrina de helado era toda su logística. De cuando en cuando se intercambiaban confidencias, utilizando la técnica hollibudiense de enviar el mensaje en dirección opuesta a la de los ojos.
La tarde no les estaba yendo nada bien. Les habían sorprendido y su desconcierto era evidente. El Agente 1 no sabía de que manera desencajar sus miembros para conseguir el ansiado daguerrotipo. Cada vez que nos tenía a tiro alguien lo sorprendía, otro hacía un comentario o reía mirando hacia sus dominios. Por mi parte y a mi pesar, el tema de conversación que estábamos teniendo pasó a un segundo plano. No podía dejar de tener la sensación pegajosa de sentirme observado, de estar siendo marcado como a una res, de ser objetivo de la bofia. Pensé en la CIA y en el KGB en plena Guerra Fría, en la GESTAPO y en el ISI Pakistaní. Pensé en el agente Marlowe de las historias del celebérrimo Raymond Chandler y en el agente de la Continental del bueno de Dashiel Hammett, aquellos dos padres de la auténtica novela policiaca inmersos en el ambiente opresivo de los outlawyer de la América de los años veinte. Me sentí especial. Realmente pensaba que esto solo pasaba en las películas, pero nada más lejos; teníamos a nuestro propio servicio de inteligencia siguiéndonos la pista. Podría, el día de mañana, fanfarronear como un progre de aquellos que dicen haber estado en París el mayo del 68. Tener el honor de haber sido perseguido por el establishmentde mi época. Decirle a mis nietos, por ejemplo: «¡¡¡AAaayy!!! tú no sabes lo que es la libertad, en mis tiempos te hacían fotos con la BlackBerry a menos de cinco metros de distancia y a cara descubierta. No sabéis lo que tenéis»
La tarde iba cayendo y los dos agentes seguían en su puesto, estoicamente, a la caza del Pullisher. No sé si fue el artista sensible que llevo dentro, mis valores 15mayeros, el poso católico que aún flota en el pozo de mi conciencia o la paleta cromática que iba dibujando el cielo, pero empecé a compadecerme de ellos. Imaginé el día que anunciaron la rebaja del 5%, la escena en casa, con su mujer e hijos: «¡Dios mío, qué vamos a hacer! ¡¡La hipoteca!!» Lo veía abrazando a su mujer, besándola en la mejilla, asegurándole que no tenía nada que temer. Lo veía rumiar, sintiéndose un pringado durante aquel año que no pisó la calle, estudiando las oposiciones, lo duro que le había resultado, el titánico esfuerzo de sus padres manteniéndolo mientras lo alentaban confiando en sus capacidades. Podía, incluso, imaginar lo que en aquellos precisos momentos, nervioso por haber sido descubierto, estaba sintiendo; preocupado por no tener suficiente material para rellenar el informe, sus pocas ganas de estar allí, perdiendo el tiempo, viendo a un grupo de gente debatiendo sobre cosas que a él le importaban un bledo, la frustración de no formar parte de un caso importante, siguiendo los pasos de un gran narco o de un célebre  político corrupto o desarticulando una red de prostitución infantil. Pero allí estaba, junto a su compañero, junto a aquel estúpido McFlurry, incapaz de hacer en condiciones su trabajo. Y me di cuenta de que no éramos tan diferentes, que los dos estábamos donde no queríamos estar, que éste realmente no era nuestro trabajo (desde luego, el mío no) y que la impotencia nos estaba carcomiendo. En definitiva, que los dos estábamos jodidos.
Seguramente él no se sienta así o quizás no lo sepa. Pero, ya que se ha llevado un recuerdo mío en formato fotográfico, no podía yo por menos que obsequiarle igualmente de la única manera que sé:
¡Mire el pajarito!
¡¡SONRÍA!!

martes, 8 de enero de 2013

POR EL JAMON Y LAS MIASMAS


Acabo de borrar su número. Hay que tenerlos bien puesto… ¡qué tío! Yo es que no me acordaba, pero ya se sabe, uno se pone nostálgico, extraña a ciertas personas por el simple hecho de haber compartido con otros etapas más o menos felices de su vida. Vive con su padre desde que terminó la carrera. No tiene trabajo. Tampoco lo busca. No se sabe muy bien a qué se dedica. El caso es que el chico prometía, pero la vida universitaria hizo estragos en él. Llegó con un expediente académico impoluto. Tenía una larga melena y una cara muy agradable. Era siempre el centro de las reuniones, siempre tenía una opinión… y cómo la defendía… le salían lapos de la boca cuando cogía carrerilla… Daba igual si uno no estaba de acuerdo con sus argumentos, había que quererlo. Estaba siempre dispuesto a todo, movilizaba a toda la trupe, siempre con miles de planes. Estaba informado de todo; de los enredos, de las últimas publicaciones editoriales, de todas las noticias… Parecía estar en todos lados, su poder era omnipotente… las tías es que se lo comían.
            Pero la droga se lo tragó. Empezó a fumar canutos como si no hubiese mañana en la Tierra y comenzó a replegarse hacía los abismos. Los estudios saltaron por los aires… hasta las mujeres se olvidaron de él. Estaba desconectado. La vida, en pocas letras, a modo de eslogan, le había dado  bien por el culo.
            El caso es que no sé por qué, una llamada, y me invitó a pasar la Nochebuena. Llegué a eso de las diez.
            —Clark. —Yo le llamaba Clark—.
            —Afry, ¿cómo estás? ¡Vamos! ¡Venga aquí un abrazo! —Era de lo más cariñoso—.
            —¿Han llegado tus hermanos?
            —¡Aquí están! ¡Joder! Es que me revientan los mierdas estos.
            —¿Cuando se van?
            —Hoy, por Dios… por Dios que se van hoy.
            —Chicos… ¿cómo estáis?
            —Aquí, aguantando al gilipollas este.
            —¿Os vais hoy? ¿Por qué no os quedáis esta noche? ¿No es mejor que viajéis por la mañana? —Clark empezó a hincarme el codo en el costillar con la boca doblada a un lado, como un dibujo animado—.
            —¡Cállateee! ¡Cállateee! —susurraba—¡Cállate, joder! ¡Déjalos… ¡déjalos que se vayan! Se lo han comido todo… el jamón... hasta el hueso…
            —Eres un pedazo de mierda… el jamón lo hemos traído nosotros.
            —Clark, que más te da. El jamón es de ellos.
            —El año pasado igual… Se trajeron a sus mujeres y se lo comieron todo… ¡cojones!
            —¿Qué le pasa a este?
            —Está rebotado. Mi padre quiere repartir la herencia y le hemos dicho que se espere, que no se va a morir aún.
            —¿¡Pero qué haces que no te la cierras!?... pero es que… la boquita—gesticulaba simulando cerrarse la boca con una cremallera—¡Cógelooo y mú…!—Se mordía la lengua mientras lo amenazaba— ¡Tu tienes trabajo, canalla… yo estoy en la cañería con la momia esta! ¿¡No lo ves como atufa!?... —Señalaba al padre sentado en la butaca, alelado— ¿¡Es que no te llega a los hocicos!? ¡Está todo el día ahí, soltando miasmas! ¡Me tiene la puñetera casa embarrada con sus esputos! ¡Es que no os calláis, coño! Y encima os habéis comido todo el jamón…
           
            Estaba claro, Clark estaba como un puto avión. Se había quedado pajarito, y yasta. Yo no sabía donde me había metido. Sus hermanos lo tenían claro. Aún así, pospusieron el viaje para el día siguiente. Durante la cena, ocurrió algo que me enmierdó los calzoncillos de miedo. Ocurrió lo siguiente: Cortés, me levanté a recoger la mesa. Llevé el mantel al jardín y allí lo sacudí para limpiar las migajas. Clark me enfundó la mirada en la nuca.
            —¿¡Pero qué haces, Satanás!? —Me quedé helado—.
            —Limpio el mantel, ¿no lo ves?
            —¿Has tirado el filtro?
            —¿Qué filtro, Clark?
            —El filtro para los cigarrillos, ¡por el amor de Dios!
            —Joder, no.
            —¿Recuerdas en qué dirección lo has sacudido?
            —¿Es que no tienes más?
            —Cientos. Tengo para fumarme el jodido Amazonas. Compro cajas a quinientos, ¡JÁ! Pero esa no es la cuestión. En qué dirección, ¡Vamos!
            —Allí, al lado del seto.
            Miento si no estuvo cuarenta y cinco minutos de reloj, allí, en el jardín, buscándolo, arañándose las rodillas en la oscuridad. Y con sus huevos, para mi sorpresa, lo encontró. El tío es que se salía de la camisa de júbilo.
            —¡Que me parta un rayo en toda la jeta! ¡Te lo dije! ¡Míralo!
Lo miré; estaba comido de mierda, de salsa y tierra mojada. Los goterones de sudor le caían por el rostro como a un cristo crucificado. Se sentó en el sofá, sacó su material y fabricó un artefacto para tumbar a un rinoceronte. Aproveché para retirarme.
            —Clark. Buenas noches. —Y ahí se quedó, fumando, como quien oye llover—.
           
            Al día siguiente me lo encontré con buen ánimo. Sus hermanos se marchaban. Con las maletas ya en la puerta, se les ocurrió pedirle a Clark algo, claramente para tocarle, con toda la mala leche, las pelotas.
            —Clark, ¿por qué no nos cortas un poco de jamón para unos bocadillos? Para el viaje… ya sabes.
Se le cambió la cara. Estaba desquiciado. La vena de la frente es que se le iba a reventar. Me agarró de un brazo y me llevó a un lado, en la otra habitación. Ahí, explotó.
—¡Que les corte jamón! ¡Que les corte jamón!
—Clark, que más te da, es para un puto bocadillo.
—¡No es por el bocadillo, es por la humillación! ¡LA HUMILLACIÓNNN!
—¿Qué humillación ni qué leches?
—¡Se lo comieron todo el año pasado y este año otra vez! ¡Yo es que no aguanto más! ¡Van a acabar conmigo! ¡Cabrones de mierda! Y encima el dinero de papá, de la cascarria esa que me está quitando la vida con sus miasmas! ¡Toda la puta casa llena de miasmas! ¡Chernobil que es esto! ¡Voy a acabar enfermo de sífilis! ¡Maricones perdidos!
Volví al salón y hablé con sus hermanos. Por suerte tenían sitio para mí. Nos fuimos a las 9:45; sin bocadillos, claro.