lunes, 18 de febrero de 2013

Recursos Marcianos



-Hágame el favor de hacerle pasar-.
-Buenas, póngase cómodo.  ¿Le informaron a usted del puesto al que aspira?
-Si, tengo algunas referencias. Es lo que me animó a venir hasta aquí.
- Mocosverdes International tiene un volumen de negocio bastante amplio. Operamos, además del nuestro, en varios países del este y en el África occidental, ya sabe, Senegal, Cabo Verde, las dos Guineas… Queremos extender nuestro mercado hacia otros territorios, países emergentes como el Brasil, la China y por supuesto, introducir nuestras novedades en el cine del gigante Indú. De sobra es conocido en qué estamos especializados, lo nuestro, señor mío, es el Espacio. Mi pregunta es la siguiente:  ¿qué nos puede ofrecer? En fin, me interesa, es curioso lo que dice su currículum, según he entendido… viene de otro planeta.
- Si, es correcto. No se equivoca usted. Si bien, he creído conveniente no señalarlo puesto que, según me han hecho saber, mi planeta no viene registrado en sus guías de viaje. Hubiese sido por mi parte una incorrección haber rellenado dicha casilla sin una explicación objetiva.
- De acuerdo, su lugar de nacimiento en estos casos no suele ser relevante. Lo que a mí me interesa es, dígamelo con total sinceridad, qué puede aportar a nuestra empresa. Su currículum, en este sentido, no esclarece del todo su experiencia. Dice que sus visitas a la Tierra comprende el período que va del año 48 al 62. En base a esto, qué tiene que decir.
- Bueno, mi experiencia en el mundo del cine se reduce al visionado de varias películas de la época. Mencionar, por destacar algunas, Destination Moon, Conquest of Space, The Angry Red Planet, The terror From Beyong Space... Se las digo a usted en su idioma original ya que estuve destinado allá, en los Estados Unidos. Quiero decir, lo que puedo aportar es mucho. Advertí que ustedes, los sin pelo -perdón, es así como se les conoce en toda la Galaxia-, decía que advertí que no estaban del todo acertados a la hora de representar la sociedad universal de la época. Yo, humilde admirador de aquel cine  y en especial del género que nos ocupa,  ya entonces tuve la tentación de, algún día, aportar mis conocimientos para corregir tanto error, y fomentar  así  la producción de films de corte realista, con carácter social, sobre el Espacio.
- ¿Y qué le ha hecho esperar sesenta años para decidirse a tal empresa?
- Señor,  le explico. Después de ochenta años dedicados al estudio de campo del  Cosmos, mi empresa ha decidido prescindir de mis servicios, alegando que se veían obligados a reducir la plantilla debido a previsiones futuras de pérdidas en todas sus sucursales. ¡Futuras pérdidas! Tiene gracia, ¿verdad? Desde que inventaron la dichosa máquina del tiempo no cejan de despedir a honrados trabajadores como yo, con más de ochenta años de experiencia, en base a que han visto que el futuro está  muy negro.
- Me conmueve su historia, señor. Si bien tengo que darle malas noticias. Aquí, en nuestra compañía, nos dedicamos íntegramente al cine “Fantástico”, y subrayo esto último, Fantástico. La gente, y usted estará enterado de la situación, no está para cine realista interestelar. Vuelve lo clásico, ya sabe, bichos verdes, platillos volantes, el rayo láser… En definitiva, cine de evasión. Lo siento, tengo en consideración sus buenas intenciones. Lo emplazo a que vuelva  dentro de unos años con su currículum actualizado, por si la situación es propensa a sus innovaciones. Es una pena, pero me temo que aún no estamos preparados.

lunes, 4 de febrero de 2013

Sicario


—¡Así! Con cuidado. Pasadlo adentro. ¡Vamos!
—Acá…cuidado con la silla. ¡Ven aquí, mamón! Entra… ¡ahí! Siéntate.
El hombre encapuchado permanecía sentado sobre la taza del váter a la espera de que alguien dijese algo.
—¿Y bien? ¿No vas a decir nada? Eso está muy bien… ahora escúchame atentamente. No queremos que nadie salga dañado, solo queremos que colabores y sigas todos los pasos que te vamos marcando… ¿me oíste? La cosa puede ser muy sencilla o muy complicada, eso va a depender mucho de ti y de tu predisposición a la hora de colaborar—El reo asentía a cada palabra—vas a llamar a tus familiares y les vas a comunicar que realicen un pago a un número de cuenta que yo te voy a ir dictando. Si todo sale bien, en menos de dos horas estarás con tus seres queridos… ¿Estamos de acuerdo?
—El hijo puta se ríe…
Le llovió un ristra de puñetazos en la nuca.
—Está bien, está bien chicos. Solo está nervioso. Esto va muy en serio, Enrique. No es motivo de burla. El Patrón está muy enojado y tú lo sabes. No has realizado los pagos a tiempo y cuando esto ocurre se sufren consecuencias. Coge el teléfono y haz lo que te digo.
En menos de un minuto había dado la orden de pago y el número de cuenta.
—Muy bien, Enrique. De esto es de lo que estaba hablando. Plena cooperación y confianza mutua. Ahora vamos a acompañarte hasta la cama para que duermas un poco y te recuperes de las magulladuras. Nosotros permaneceremos a la esperar de la confirmación del pago para posteriormente proceder a tu plena liberación.
Lucas y uno de los soldados lo agarraron por los sobacos y lo acercaron hasta el borde la cama. Allí lo sentaron, le levantaron las piernas y lo acostaron. Salieron de la habitación y fueron directos al salón. Allí empezaron a abrirse latas de cerveza y a extenderse rayas de coca sobre la mesita situada frente al televisor.
            Dos horas más tarde, Enrique se despertó. Escuchó una respiración que palpitaba en el lado izquierdo de la cama y se giró. Lucas permanecía sentado junto a él, con la silla girada, mirándolo atentamente.
—Parece ser que el pago, efectivamente, se ha realizado. Solo que no se ha producido íntegramente. ¡Nos has cagado, huevón! Te has reído del patrón y eso conlleva una respuesta contundente.
Un puñetazo voló por la estancia y se estampo a la altura del pañuelo que le tapaba los ojos. Enrique pegó un alarido de dolor y volvió a tumbarse. Lucas lo agarró por la camisa a la altura del pecho y lo levantó. Alguien le lanzó una patada en el costillar y otro le pisó los dedos. Lucas se acercó. Ya en cuclillas, volvió a dirigirse a él.
—Las órdenes eran claras, quiero concederte el derecho a que te expliques. ¿Y bien?
—¡No lo sé…no sé que ocurre… dije que lo ingresaran todo…no lo entiendo…!
            El teléfono comenzó a sonar.
—¡Esperad…! Esperad. Sí mi patrón… Sí…estamos hablando con él, Patrón… Aaah, no me diga Patrón… entonces todo arreglado… De acuerdo mi Patrón… claro… eso está hecho… Enhorabuena, Enrriquito. La deuda se ejecutó correctamente. Se hizo un pago fraccionado desde dos cuentas simultáneas, de ahí la tardanza de la confirmación. Parece  que todo al final ha salido bien.
            Enrique esbozo una sonrisa. Comenzó a recuperar el ánimo. Incluso alguien le ofreció un cigarrillo. Los muchachos abrieron de nuevo algunas cervezas y Lucas se acercó a la mesilla para aspirar un clencha de doble embergadura. Era un profesional, hacía su trabajo. Le gustaba que todo saliese rodado. Solo quería acabar pronto y regresar a casa.
            —Está bien, Enrique. Ahora vas a volver a la cama y a seguir descansando hasta nueva orden. Tenemos que organizar tu entrega.
            Colocaron a Enrique en la cama, sobre el costado opuesto en el que había estado descansando momentos antes.
            El teléfono comenzó a sonar. Enrique se desveló.
—Buenas, ¿¡Patrón!? Sí mi Patrón… Está muy bien, no ha comido aún. Un poco magullado, no más. Sí mi Patrón…está muy animado. ¿De verás, Patrón? Está bien… lo que mande.
—¿Qué ocurre?
—Cambio de planes, compadre.
—Pero se hizo el pago…
—Se hizo el pago… efectivamente. Pero el Patrón quiere mandar un mensaje… ya sabes tú en estos casos. Un castigo ejemplar. Así que date la vuelta.
—¡No… no, por favor!
—Tranquilo amigo, es mero trámite.
—¡¡¡Por favor!!!
—Haced callar a este hijo puta…
            Un vaso de cristal fue a estrellarse contra su mandíbula. Comenzó a sangrar abundantemente por el labio, con pequeños fragmentos de vidrio incrustados entre los dientes.
—Enrique, todo esto exige colaboración. Si no hay colaboración el proceso se alarga. Estate quietecito y aprieta bien fuerte el pañuelo.
            Le rociaron con alcohol la espalda sobre la camisa y le prendieron fuego. Tres capas de piel saltaron por los aires mientras la cara de Enrique se volvía azul. Cuando quitaron los restos de tejido que aún permanecían adheridos a la carne, empezaron a rociar de nuevo el alcohol sobre la carne desnuda. Los ojos de Enrique se revolvieron en sus cuencas. Dos de los muchachos lo agarraban de los brazos, mientras Lucas trazaba líneas sobre su espalda sin ninguna emoción. Cuando terminó cerró el bote, fue al baño, se lavó las manos y regresó.
—¿Y bien? Todo acabó ¿Viste? Justo como te dije. Paso a paso, máxima colaboración y la vida continúa.
Enrique, semi-inconsciente, escuchaba jirones de sonidos que a duras penas comprendía. Volvió a sonar el teléfono.
—¿Sí? Sí, mi patrón. Seguimos sus órdenes, Patrón. Está bien, está despierto. De acuerdo…Sí… de a… ¡Ok! mi Patrón… como usted mande…chao... chao. Chsss… En una hora, ¿estamos?
Algo más de una hora después llamaron a la puerta. Uno de los soldados se acerco, miró a través del visillo y la abrió. Dos hombres altos y corpulentos si dirigieron sin mediar palabra al lugar donde yacía Enrique. Extendieron una manta a lo largo de su cuerpo, lo enrollaron y lo cargaron sobre sus hombros. La puerta se cerró.
—Bien chicos, dejad esto en orden y marchaos a casa. Buen trabajo.
            Lucas salió de la habitación del Motel. Metió la llave en la cerradura y entró en el coche. Colocó el retrovisor, se remangó la camisa y miró su reloj. Soltó un largo suspiro mientras le daba a la llave de contacto. Estaba satisfecho. Iba a poder regresar pronto para cenar con sus hijos.



sábado, 2 de febrero de 2013

Las Mandarinas


El vuelo era a las nueve del día siguiente, rumbo a Londres. Tenía tiempo de sobra para hacer una visita. Llamó a Luc esa misma tarde, de camino a Sevilla.
—Voy de camino a Sevilla, ¿te apetece?
—Tengo una reunión, saldré algo tarde. ¿A que hora llegas?
—A las once.
—Perfecto, me da tiempo a llegar a la estación. Espérame en la parada.
            Siempre era así de fácil. Habían echado mil polvos desde aquella vez, cuando se conocieron. Nico era portavoz de las juventudes y él, Luc, número dos del partido. Tenía pareja, pero ya se sabe. Al Luc le gustaba una polla más que a un tonto un lápiz. Le daba igual si eran verdes, negras o malvas. Le gustaba con venas, «como un árbol genealógico» solía decir.
            Luc le sacaba veinte años a Nico. Disfrutaba de una larga carrera en el ámbito local. No aspiraba a ascender a nivel autonómico o al nacional, lo suyo era el municipio. Lo tenía claro «a mayor altura, mayores problemas» No estaba dispuesto a caer, al menos no a pegar una hostia de las de órdago. Luc tenía una buena cabeza. Era licenciado en Medicina, pero nunca ejerció; de siempre lo suyo, lo que mejor se le había dado, era lo de lamer culos.
A su favor había que decir que tenía cierta clase; iba a Madrid todos los meses exclusivamente a comprarse ropa en la calle Serrano. No podía con la vulgaridad, en términos materialistas. Él decía que de todo lo mejor. El mejor coche, la mejor casa, los mejores vinos… Y claro, como buen dandy, no se conformaba con cualquier cosa. Le gustaba jovencitos. Universitarios, más bien. Por eso Nico era siempre bienvenido.
            —¿Pero de dónde vienes, boquita de piñón?
—De una reunión del partido, estamos buscando apoyos del grupo mixto para los presupuestos.
—¡Uyy, mixto! Como tú, cacho perro… que yo sé que también te van los molletes…
—Deja de plumear, pareces una folclórica —A Luc no le gustaba los amaneramientos—.
—Escucha al pijo… ¿se te ha atravesado un pelo de coño…?
Montaron en el BMW de Luc y pusieron rumbo al dúplex que tenía en la playa. Era su segunda residencia, el picadero, fuera de la vista del ciudadano de a pie. A Luc le gustaba tener todo bajo control; sus vicios y sus excesos no los iba pregonando por ahí, a lo loco. Incluso cuando pedía una botella de champagne de seiscientos euros se cuidaba de que el resto de acompañantes del reservado lo ignorasen. Lo del coche tenía un pase. Tenía otro de alta gama guardado en el garaje, para pavonearse por localidades cercanas. No era excesivo pasearse con un BMW, la gente lo aceptaba, era normal… un hombre de política, no era para menos.
—¿¡Te quieres esperar!? Estate quieto.
—Oinch… qué soso eres… ¿es que tienes miedo?
—¿Es que ahora eres La Tacones? ¿Qué coño te pasa? ¿Vienes de una rave de Chueca?
—Es para joderte, ya sabes que no soporto a esas carnavaleras…
—He comprado vino de camino a la estación. No quedaba en casa.
—¿…pero esto qué cojones es? ¿¡Me quieres envenenar!? ¡Vino de cartón! ¡Embotellado!
—He parado en una tienda de comestibles… ¿qué quieres?
—…comerte el pollón, Clinton mío.
Dejaron el coche en el garaje y subieron por la escalera que daba directamente a la casa.
—¿Y el picha floja de tu novio?
—Está en casa de sus padres, en el pueblo.
—¡Qué puta eres! Y con jovencitos. ¿No te da vergüenza?
—Puedo hacer lo que me de la gana. Hasta cortarte la cabeza con esa katana… nadie lo sabría. Tengo formas de hacer desaparecer las cosas de la faz de la tierra.
—¿Qué eres ahora, el jodido Al Capone? A ti se te está subiendo la política a la cabeza.
—Tengo amigos en Madrid… estas cosas se hacen con un par de llamadas. ¡Ah! ¿Te acuerdas cuando estuvimos en ARCO el año pasado?
—Claro…
—¿El ciempiés gigante que andaba con cien pollas?
—¡NOO!
—Mira por la ventana.
—¡No me lo puedo creer! Y ahí lo tienes… en el jardín. Te ha debido costar una pasta.
—No sabes tu bien… es de un artista del que se habla mucho últimamente. Empezó haciendo graffitis en las calles de Baltimore. Está muy cotizado…
—Vamos a follar…
Empezaron haciéndolo en el salón. Luc parecía estar incómodo. Le hizo ver que no podían hacerlo en el sofá; era de piel, no quería mancharlo. Se echaron al suelo, sobre una amplia alfombra que cubría toda la habitación.
—¡Escúpeme en el culo, gilipollas!
—¿Desde cuándo no lo haces?
—No te emociones… han habido otros antes que tú.
—Y qué pasa, ¿se han dejado la polla dentro?
—¡Imbécil!
—Cállate y agárrate los huevos… los tienes muy gordos…
—¡Me voy a ir! ¡Me voy a ir!
—Eres una niña idiota, te voy a hacer callar.
Luc agarró la funda de la katana y empezó a azotarlo.
—¿Pero qué haces, retrasado?
—¡Que te calles!
—¡Sí… me gusta! ¡Qué buenas ideas tienes, Luc!
—¿Pero qué te pasa? ¿Te has tragado un reparto de Almodóvar?
—¡Me voy a ir, Luc…! ¡Cómo me zumbas en las próstata!
Luc dejó la funda de la katana apoyada sobre una silla y se dirigió al baño. Se miró al espejo y sacudió la cabeza, «¿qué estoy haciendo con este gilipollas?» se dijo, desencantado. A Nico le había entrado hambre. Se puso los calzoncillos y se fue a la cocina, directo a la nevera.
—¡Wooo! ¿Pero esto qué es lo que es, María Martillo?
—¿El qué?
—Tío, tienes la nevera llena de mandarinas. ¡Solo mandarinas! ¿Qué haces con esto?
—Es un regalo.
—¿Un regalo de quién? ¿De Don Simón?
—Cerré un negocio, ya sabes.
—¿Qué sé?
—Hay cosas que es mejor no pagar con dinero. Y se paga así, en especie.
—Debió ser algo muy gordo… por esto te pueden meter en la cárcel, lo sabes ¿no? JAJAJA
—¿De qué te ríes? No tienes ni idea. Fui parte importante en una negociación.
—¿Convenciste a un gato para que bajase de un árbol? ¡Ay! ¡Es que me meo!
A Luc empezó a subírsele los colores a la cara. Apretó los puños y clavó la mirada en Nico. A él las bromas gilipollas no le gustaban, se tenía en alta estima, no permitía que se burlasen de él.
—Te la estás jugando.
—¿Vas a meter una cabeza de caballo en mi cama?
—Tienes envidia, niñato. Tú te has comido una mierda en el partido. Te echaron por no saber sujetarte esa mano fláccida de vieja putona.
—No sé como no te han largado ya, todo el mundo sabe que eres gay. Es paradójico, ¿verdad? ¿Por qué somos de este partido? Somos conservadores, ¿no? Nuestros compañeros, muchos de ellos, siguen pensando que lo nuestro es una enfermedad. Y encima no quieren que nos casemos. Pero no sé… es que es raro que nos casemos ¿no? Y encima creemos en Dios, cuando al Vaticano le gustaría vernos colgados de los huevos. No sé, ¿tú qué crees? ¿Por qué eres del partido?
—Por las ideas.
—¡Y una leche! ¿Te crees que follo contigo porque eres guapo? ¿Pero tú te has visto, corazón? A mi me gusta tu coche, tu casa… tu cipote de oro. A mi me pone el poder. Que me compren cosas, que me lleven de viaje… Me da igual que los nuestros digan que nos estamos cargando la familia. ¿Quién quiere una familia? ¡Vamos! Dime, sé sincero…
—¿Es que hoy no te vas a callar?
—… me gusta cuando te pones agresivo. ¡Ven, acércate!
Empezaron de nuevo, en el salón. Mientras Luc lo culeaba con todas sus fuerzas, no podía evitar quitarle el ojo de encima a la katana. La miraba y miraba a Nico. «Sabe Dios que si pudiese te metía un tajo en todo el cuello» pensó, mientras lo castigaba con todas su fuerzas. Finalmente, lleno de rabia e impotencia, alargó el brazo y se decidió por la funda. Nico se percató de sus movimientos.
—¿Pero…? ¿Qué vas a hacer? ¡Oh sí! ¡Vamos, cariño! ¡Como tú sabes! ¡Hazlo fuerte! ¡Deja bien claro quién manda aquí…!


Cabo Imbécil


Yo no sé como me meto en estos embolaos. No quería ir, pero me animaron: «Venga va, que nos lo vamos a pasar teta. En casa de mi abuela… un chalecito adosado… con dos plantas… la playa a tiro de piedra» Y allá fui, to tonto, a pasar el fin de semana.
Me olía que todo no podía ir de color de rosa. Cuando llegué me lo soltó, Lucien, mi amigo: «Ahh, y viene una pareja, con su niña, amigos míos. Son muy enrollaos. Ya los verás» No sé donde estaba lo enrrollao del asunto, pasar un fin de semana con los Brady, pero bueno... Tenía que confiar en él, que luego venían los reproches: «Coño, es que no te gusta nadie» «Ostias tío, relaciónate» «¡Cago en la virgen! ¡Es que no todo el mundo va a ser como tú!» Esta última era mi preferida, no sabía por qué todos pensaban que me gustaría vivir en un mundo en el que la gente fuese igual que yo. Me conformaba con que no existiese nadie en ese mundo. Sin duda, el mejor.

            Llegaron tarde, casi de noche. Soltaron los bártulos y allí, en la cocina, comenzaron las presentaciones. La niña era una monada, la madre parecía simpática… el padre… había algo en su cara que no me terminaba de gustar. No tardó en confirmar mis sospechas.
            —Bueno, ¿y tú a qué te dedicas, Afry?
            —Trabajo en una oficina… y también estoy liado con oposiciones…
            —¡Oposiciones! Muy bien… Yo estudié oposiciones… soy cabo, ¿sabes?... llevo en el ejercito desde los dieciocho… Lo mío me ha costado… no fue fácil… pero me viene de vocación… estoy esperando para embarcarme en la próxima misión… Afganistán… no sé si lo habrás oído…
            —No.
            —Pues lo que te digo… ya va siendo hora… no todo va ser formar a novatillos… Créeme… no me gusta ser severo… pero a veces es necesario… Que a mí nadie me toca los huevos… ¡eh!... A mí no se me escapa ni una… Yo me saqué mis oposiciones con mucho esfuerzo como para estar aguantando gilipolleces… Yo juré por la bandera y por el Rey defender España… por eso quiero ir a Afganistán… necesito acción… probarme en el terreno… para eso estamos preparados.
            —Desde luego.
            —Para eso estamos… Si tuviese que interponerme entre una bala y el Rey no me lo pensaría dos veces… yo he jurado la bandera ¿sabes?... Es mi deber…
            Tras la larga perorata dio un largo trago a su birra. Soñé, como en algunas películas de dibujitos, con una de esas imágines a modo de flash en la que un puño de boxeo con muelles sale disparado penetrándole en todo el boquino. Lo visualicé en mi mente y sonreí. Me devolvió la sonrisa mientras daba otro largo trago, brazo en jarra, a su sobada cerveza. El tipo era definitivamente un gilipollas, de los de cuidao.
           
            Pasamos, al otro, un hermoso día en la playa. La pequeña y su mujer eran bellísimas personas. No comprendía como aquel neanthertal podía tener mujer e hija. Quiero decir… cualquier imbécil puede tener mujer e hija… lo extraño era que no lo hubieran abandonado ya. Esto me tenía con la mosca detrás de la oreja.
            Habíamos proyectado hacer una barbacoa en el jardín del adosado, a media tarde, después de la playa. La familia subió primero a hacer sus cosas de familia. Lucien y yo nos quedamos un rato más viendo el atardecer.
            —Lucien.
            —¿Qué?
            —Ese tío es gilipollas.
            —No, hombre… no es mala gente.
            —Y de los de mucho cuidado. Te digo yo que he conocido a lerdos del culo como este, no me fío.
            —Es un poco fantasma, pero luego es buen chaval.
            —¿Un poco fantasma? Es el Coco en persona.
Recogimos los bártulos y volvimos al nido.

Allí nos encontramos con toda la familia recién duchada, oliendo a Nenuco. Los bajos del coche de Lucien estaban jodidos; había que hacerles un arreglillo. Cabo Imbécil se ofreció para ir preparando la barbacoa, mientras nosotros íbamos a jugar a los mecánicos. Salimos al porche en busca del vehículo. Juro por Dios que no había pasado ni un minuto cuando unos gritos, a lo lejos, captaron nuestra atención.
—…ucien! …ucien!
—¿Lucien? ¿Dicen Lucien?
—Que va, será una madre llamando a su hijo.
Una leche. Lo siguiente que oímos fue más inquietante. La mamá salía despavorida por la puerta del adosado, gritando.
—¡Llamad a los bomberos! ¡A los bomberos!
Corrimos al interior de la casa y la cruzamos como una exhalación hasta el patio trasero. Lo que nos encontramos allí era para verlo. Era Cabo Imbécil, petrificado, sin mover un pelo del culo, observando un espectáculo luminoso. Las llamas cubrían el seto y se extendían cuatro metros por encima de nuestras cabezas. ¡Menuda fogata! ¡La ostia! ¡La que había liado! ¡Si ya lo sabía yo! ¡Semejante tonto no podía durar tanto sin cagarla! ¡Es que me dieron ganas de cogerlo y tortearlo! ¡Así… con toda la mano abierta! ¡Había que ser pero que muy tonto! ¡La virgen, qué gilipollas! Lucien ya es que ni se movía, del miedo. La urbanización entera iba a quedarse hecha fosfatina… ¡Joder Joder Joder! ¡El barrio entero! ¡Iba a arder hasta el cielo! ¡Y con muertos y todo! Ya nos veía en el trullo… nos iban a hacer el culo Pepsi-Cola…
—¡Pero animal! ¡Coge la manguera! —Le gritaba su mujer desde el balcón.
            —A los bomberos… ¡ostias! ¡Llamadlos!
            —¡Agua! ¡Coño! ¡Cubos! ¡Nos os quedéis parados….!
            Corrí al interior de la casa. Cogí el cubo de la fregona y empecé a llenarlo en el fregadero. Aquello tardaba tela, los segundos goteaban del grifo como puñeteros. No había tiempo que perder, la casa del al lado tenía un techado de madera que ya estaba empezando a chamuscarse… Se iba a liar la de Dios…
            Cuando volví, aquello me sobrecogió. Las llamas habían duplicado su potencia y el seto ardía ya tres cuartos. Cabo Imbécil, el imbécil, estaba subido al tejado apuntando con la manguera casi sin potencia sobre las llamas. Se estaba quemando… el pavanata.
            —¡Pero bájate de ahí, que te vas a matar! —Gritaba su mujer, al borde del ataque de ansiedad.
            —¿¡Pero tu eres retrasado!?¡Me voy a cagar en toda tu fundación! ¿¡Pero tú lo estás viendo!? 
            —Es gilipollas, Lucien… ¿te lo dije o no te lo dije?
            —¡Ha sido de pronto…! ¡de pronto…! —se excusaba—.
            —¡De pronto te voy a arrancar el corazón…! ¡Me voy a cagar ya hasta en tu madre…!
            Lucien echaba espumarajos por la boca… es que veía la factura venir… si salíamos vivos… claro. La cosa se nos estaba yendo de las manos… los cubos no apagaban ni una cerilla… Si seguía así, aquel soplapollas iba a arder como una Falla… Nos veía a todos ya carbonizados… la urbanización… la ciudad entera… y todo por la acción de un solo hombre: Cabo Primero de Zapadores.
            —¿…a Afganistán vas a ir? ¿¡Es que eres un GIJOE!? ¡Hay que tener cojones para darte a ti un arma! ¡Quien fue el retrasado que te aprobó las oposiciones! ¡Fantasma!... ¡No!... ¡No!... ¡Aquí!... ¡Mírame a los ojitos! ¡Sí!... ¡Fantasmón!
            Yo intentaba calmar a Lucien… No había manera… el trabajo era agotador… Solo habían pasado siete minutos… ya habría tiempo de ponerle la cara como Cristo manda.
            Cuando ya lo creíamos todo perdido, de pronto, de no se sabe donde, empezó a llegar gente de todos lados. Colaboración ciudadana, de la buena. Gentes con cubos… mangueras que salían de las casas colindantes… de las calles adyacentes… de los pueblos cercanos… Entraban por la primera planta… por el sótano… por el jardín… nos tenían rodeados… Al final, en un minuto, lo que parecía iba a acabar en catástrofe, quedó en un montón de ramas secas y humo espeso. Había que verlo, al Cabo, al que iba a salvar al Rey. Sudaba la gota gorda. De pronto, sus aires de Rambo se le habían ido. Era un conejito. No le salía ni la voz. Se ahogaba… Lucien es que no lo quería ni ver…
            —¿Pero como has hecho… hijo de mi vida?
            —Estaba abanicando… y una chispa ha saltado al seto… y ya no sé…
            —¿Y qué más?
            —He seguido abanicando… pensaba que así…
            En ese momento se presentó la policía. Procedieron a interrogarlo para redactar el parte. Después de un rato conversando, aclarando las circunstancias de lo ocurrido, parecían haber llegado a la misma conclusión:
Tonto, a secas.