jueves, 13 de junio de 2013

TRILOGÍA SUCIA DE LA HABANA; Pedro Juan Gutiérrez

Aunque aún sigo inmerso en su lectura, la estructura adoptada por Pedro Juan Gutiérrez para articular su Trilogía sucia de la Habana da suficientes garantías para hablar de ella sin correr excesivos riesgos. Porque en cada uno de sus relatos podemos encontrar la esencia pura de un hombre, una época y una ciudad, La Habana, pero visto desde dentro (hombre, época y ciudad) a través de los ojos privilegiados de un ser inteligente y lúcido.
            A Pedro Juan, después de vivir casi toda su vida ejerciendo de periodista, lo encontramos enfangado en la Cuba de los noventa, un país azotado por una profunda crisis donde la miseria es generalizada y las perspectivas de futuro casi nulas. Unos buscarán la jama enrolándose en trabajos miserables, otros arriesgarán la vida abandonando el país por mar en busca del anhelado sueño americano. Pedro Juan va a ser de los primeros. Desencantado y herido pero fuerte y luchador, atraviesa los días sin esperar nada especial, solo templar de vez en cuando, a poder ser con una botella de ron y unos cigarrillos. Sobrevivir al caos circundante parece ser más que suficiente. 
            Tengo que decir que al principio me resultó antipático. Me preguntaba quien era este desconocido al que en diferentes foros se le apodaba con ligereza el “Bukowski cubano”. Siempre que nos enfrentamos a un imitador del padre del mal llamado realismo sucio desconfiamos, y más si la adoración por el angelino raya el fanatismo. Pero a medida que uno va avanzando, que uno va entrando con mayor profundidad en las calles de la doliente ciudad caribeña, vemos a Pedro Juan distanciándose cada vez más de la gigante sombra del escritor americano, entretejiendo su propio estilo y desarrollando su propia manera de enfrentarse al mundo. Las similitudes son obvias, no más porque descienden de la misma estirpe. Ambos agarran la vida por los huevos y la dejan libre de florituras. Ambos son precisos cirujanos de la realidad más cruda y ambos emprenden la lucha con la misma certeza de que al final no les espera recompensa alguna.
En el caso de Pedro Juan el humor es más velado, pero cuando aparece igual de efectivo. Demuestra gran maestría a la hora de trasladar el lenguaje de la calle a la página escrita y logra hacernos sentir el calor y la humedad del ambiente a pesar de no ser excesivamente descriptivo.
            En sus relatos hay putas, alcohol, tabaco, sangre, calaveras y corrupción. Pero también hay ternura, melancolía, dolor por antiguos desengaños y amor por la gente miserable que le rodea.
            Aún no lo he terminado, pero ya puedo estar seguro de que no le voy a quitar el ojo de encima. Digno continuador de una forma de escribir y afrontar el mundo que aún hoy sigue menospreciándose y considerándose de arte menor, pero que para todos aquellos que no buscan engolosinarse con fuegos artificiales, resulta de una urgencia vital.



miércoles, 5 de junio de 2013

CAMINO DE LOS ÁNGELES; John Fante



Quien ya haya tenido entre sus manos alguno de los otros episodios de la tetralogía formada por “Espera a la Primavera, Bandini”, “Pregúntale al polvo” o “Sueños de Bunker Hill”, encontrará en este relato una prueba más del genial magisterio del escritor italoamericano John Fante. Si bien no rayando al gran nivel demostrado en Pregúntale al polvo, pero no decepcionando en ningún momento en cuanto a su característico sentido del humor y a su valiente libertad expositiva, más meritoria si cabe si tenemos en cuenta el año del que data la obra, alrededor del 36, época en la que este tipo de escritos nacían condenados al ostracismo del mundo editorial.
Aún así, John Fante parece estar orgulloso de su creación, como traslucen estas palabras extraídas de una carta escrita por él mismo en 1936: «Camino de Los Ángeles está terminada y yo estoy encantado, chico, espero enviártela el viernes. Parte del contenido pondría de punta los pelos del culo de un lobo. Puede que sea demasiado fuerte; quiero decir que carece de “buen gusto”»
            La publicación no se llevará a cabo hasta después de su muerte, cuando su mujer encuentre el manuscrito entre unos papeles olvidados.
            Libro que podríamos considerar de “iniciación”, de despertar a una vocación tan singular como es la artística, en el cual encontraremos al mismo Arturo Bandini (alter ego de su creador) que más tarde veremos pasándolas putas en Pregúntale al Polvo, en la ciudad de Los Ángeles, intentando sacar adelante su carrera de escritor. Aquí lo encontramos en su estado más puro, con la sexualidad a flor de piel y con el ego extremadamente inflamado, propio de un tardoadolescente atrapado por sus instintos más incontrolables. Dicho ardor se verá intensificado a su vez por los delirios de grandeza propios de todo joven aspirante a escritor. Esta altanería le llevará a utilizar con sus interlocutores palabras incomprensibles, de alta alcurnia, para demostrar su superioridad: ante su madre, su ante hermana, ante su tío, ante el camarero del bar que frecuenta e incluso ante sus propios compañeros de trabajo, que lo ridiculizan desde el primer día que pisa la fábrica cuando, bajo el título de “escritor”, se presenta echando la pota por el fuerte olor a pescado de las instalaciones.
            Arturo está convencido de ser un elegido; lee a Nietzche, a Shopenhauer y a Spengler, se considera “un superhombre”, el mismísimo Zaratustra. Considera que las condiciones para desarrollar su carrera de escritor no son las apropiadas. Ni el lugar donde vive; San Pedro, el puerto de Los Ángeles; ni las personas con las que convive, su madre y su hermana, dos mojigatas analfabetas.
            Otro aspecto importante, no solo en este volumen sino también a lo largo de toda su obra, es el mundo de la inmigración. El propio Arturo Bandini, italiano, siente en sus carnes la discriminación desde su infancia, cuando sus compañeros de escuela le hacen sentir su condición de foráneo llamándolo cruelmente “spaghetti” en unas ocasiones y en otras no menos crueles “macarroni”. Esto no le impedirá hacer lo mismo con sus compañeros de trabajo: filipinos, mexicanos… porque él es Arturo Bandini, no un simple mortal; él, Arturo, el escritor, llamado a escribir las páginas de oro de “la posteridad”.
Arturo oscilará a lo largo del relato, como buen ciclotímico, desde la delirante exaltación del yo al autodesprecio más virulento y flagelante.  La realidad en la que está inmerso y que pesa sobre sus hombros, la América de la Depresión, le irá recordando a cada instante que el camino hacía Los Ángeles no va a resultarle nada fácil.

            Documento que no llega a la categoría de obra maestra, pero que no decepciona en absoluto; la risa está asegurada, aspecto nada desdeñable si tenemos en cuenta que el arte de hacer reír con palabras está solo al alcance de unos pocos elegidos, entre los que se encuentra como uno de los pioneros indiscutibles el mismísimo John Fante.