Acabo de borrar su número. Hay
que tenerlos bien puesto… ¡qué tío! Yo es que no me acordaba, pero ya se sabe,
uno se pone nostálgico, extraña a ciertas personas por el simple hecho de haber
compartido con otros etapas más o menos felices de su vida. Vive con su padre
desde que terminó la carrera. No tiene trabajo. Tampoco lo busca. No se sabe
muy bien a qué se dedica. El caso es que el chico prometía, pero la vida
universitaria hizo estragos en él. Llegó con un expediente académico impoluto.
Tenía una larga melena y una cara muy agradable. Era siempre el centro de las
reuniones, siempre tenía una opinión… y cómo la defendía… le salían lapos de la
boca cuando cogía carrerilla… Daba igual si uno no estaba de acuerdo con sus
argumentos, había que quererlo. Estaba siempre dispuesto a todo, movilizaba a
toda la trupe, siempre con miles de planes. Estaba informado de todo; de los
enredos, de las últimas publicaciones editoriales, de todas las noticias…
Parecía estar en todos lados, su poder era omnipotente… las tías es que se lo
comían.
Pero
la droga se lo tragó. Empezó a fumar canutos como si no hubiese mañana en la
Tierra y comenzó a replegarse hacía los abismos. Los estudios saltaron por los
aires… hasta las mujeres se olvidaron de él. Estaba desconectado. La vida, en
pocas letras, a modo de eslogan, le había dado bien por el culo.
El
caso es que no sé por qué, una llamada, y me invitó a pasar la Nochebuena. Llegué
a eso de las diez.
—Clark.
—Yo le llamaba Clark—.
—Afry,
¿cómo estás? ¡Vamos! ¡Venga aquí un abrazo! —Era de lo más cariñoso—.
—¿Han
llegado tus hermanos?
—¡Aquí
están! ¡Joder! Es que me revientan los mierdas estos.
—¿Cuando
se van?
—Hoy,
por Dios… por Dios que se van hoy.
—Chicos…
¿cómo estáis?
—Aquí,
aguantando al gilipollas este.
—¿Os
vais hoy? ¿Por qué no os quedáis esta noche? ¿No es mejor que viajéis por la
mañana? —Clark empezó a hincarme el codo en el costillar con la boca doblada a
un lado, como un dibujo animado—.
—¡Cállateee!
¡Cállateee! —susurraba—¡Cállate, joder! ¡Déjalos… ¡déjalos que se vayan! Se lo
han comido todo… el jamón... hasta el hueso…
—Eres
un pedazo de mierda… el jamón lo hemos traído nosotros.
—Clark,
que más te da. El jamón es de ellos.
—El
año pasado igual… Se trajeron a sus mujeres y se lo comieron todo… ¡cojones!
—¿Qué
le pasa a este?
—Está
rebotado. Mi padre quiere repartir la herencia y le hemos dicho que se espere,
que no se va a morir aún.
—¿¡Pero
qué haces que no te la cierras!?... pero es que… la boquita—gesticulaba simulando
cerrarse la boca con una cremallera—¡Cógelooo y mú…!—Se mordía la lengua
mientras lo amenazaba— ¡Tu tienes trabajo, canalla… yo estoy en la cañería con
la momia esta! ¿¡No lo ves como atufa!?... —Señalaba al padre sentado en la
butaca, alelado— ¿¡Es que no te llega a los hocicos!? ¡Está todo el día ahí,
soltando miasmas! ¡Me tiene la puñetera casa embarrada con sus esputos! ¡Es que
no os calláis, coño! Y encima os habéis comido todo el jamón…
Estaba
claro, Clark estaba como un puto avión. Se había quedado pajarito, y yasta. Yo
no sabía donde me había metido. Sus hermanos lo tenían claro. Aún así,
pospusieron el viaje para el día siguiente. Durante la cena, ocurrió algo que me
enmierdó los calzoncillos de miedo. Ocurrió lo siguiente: Cortés, me levanté a
recoger la mesa. Llevé el mantel al jardín y allí lo sacudí para limpiar las
migajas. Clark me enfundó la mirada en la nuca.
—¿¡Pero
qué haces, Satanás!? —Me quedé helado—.
—Limpio
el mantel, ¿no lo ves?
—¿Has
tirado el filtro?
—¿Qué
filtro, Clark?
—El
filtro para los cigarrillos, ¡por el amor de Dios!
—Joder,
no.
—¿Recuerdas
en qué dirección lo has sacudido?
—¿Es
que no tienes más?
—Cientos.
Tengo para fumarme el jodido Amazonas. Compro cajas a quinientos, ¡JÁ! Pero esa
no es la cuestión. En qué dirección, ¡Vamos!
—Allí,
al lado del seto.
Miento
si no estuvo cuarenta y cinco minutos de reloj, allí, en el jardín, buscándolo,
arañándose las rodillas en la oscuridad. Y con sus huevos, para mi sorpresa, lo
encontró. El tío es que se salía de la camisa de júbilo.
—¡Que
me parta un rayo en toda la jeta! ¡Te lo dije! ¡Míralo!
Lo miré;
estaba comido de mierda, de salsa y tierra mojada. Los goterones de sudor le
caían por el rostro como a un cristo crucificado. Se sentó en el sofá, sacó su
material y fabricó un artefacto para tumbar a un rinoceronte. Aproveché para
retirarme.
—Clark.
Buenas noches. —Y ahí se quedó, fumando, como quien oye llover—.
Al
día siguiente me lo encontré con buen ánimo. Sus hermanos se marchaban. Con las
maletas ya en la puerta, se les ocurrió pedirle a Clark algo, claramente para
tocarle, con toda la mala leche, las pelotas.
—Clark,
¿por qué no nos cortas un poco de jamón para unos bocadillos? Para el viaje… ya
sabes.
Se le cambió
la cara. Estaba desquiciado. La vena de la frente es que se le iba a reventar.
Me agarró de un brazo y me llevó a un lado, en la otra habitación. Ahí,
explotó.
—¡Que les
corte jamón! ¡Que les corte jamón!
—Clark, que
más te da, es para un puto bocadillo.
—¡No es por el
bocadillo, es por la humillación! ¡LA HUMILLACIÓNNN!
—¿Qué
humillación ni qué leches?
—¡Se lo
comieron todo el año pasado y este año otra vez! ¡Yo es que no aguanto más!
¡Van a acabar conmigo! ¡Cabrones de mierda! Y encima el dinero de papá, de la
cascarria esa que me está quitando la vida con sus miasmas! ¡Toda la puta casa
llena de miasmas! ¡Chernobil que es esto! ¡Voy a acabar enfermo de sífilis!
¡Maricones perdidos!
Volví al salón
y hablé con sus hermanos. Por suerte tenían sitio para mí. Nos fuimos a las
9:45; sin bocadillos, claro.
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