Aunque aún sigo inmerso en su lectura, la estructura
adoptada por Pedro Juan Gutiérrez para articular su Trilogía sucia de la Habana
da suficientes garantías para hablar de ella sin correr excesivos riesgos.
Porque en cada uno de sus relatos podemos encontrar la esencia pura de un
hombre, una época y una ciudad, La Habana, pero visto desde dentro (hombre,
época y ciudad) a través de los ojos privilegiados de un ser inteligente y
lúcido.
A Pedro
Juan, después de vivir casi toda su vida ejerciendo de periodista, lo
encontramos enfangado en la Cuba de los noventa, un país azotado por una
profunda crisis donde la miseria es generalizada y las perspectivas de futuro
casi nulas. Unos buscarán la jama enrolándose en trabajos miserables, otros
arriesgarán la vida abandonando el país por mar en busca del anhelado sueño
americano. Pedro Juan va a ser de los primeros. Desencantado y herido pero fuerte y luchador, atraviesa los días sin esperar nada especial, solo
templar de vez en cuando, a poder ser con una botella de ron y unos
cigarrillos. Sobrevivir al caos circundante parece ser más que suficiente.
Tengo que
decir que al principio me resultó antipático. Me preguntaba quien era este desconocido al que en diferentes foros se le apodaba con ligereza
el “Bukowski cubano”. Siempre que nos enfrentamos a un imitador del padre del
mal llamado realismo sucio desconfiamos, y más si la adoración por el angelino
raya el fanatismo. Pero a medida que uno va avanzando, que uno va entrando con mayor profundidad en las calles de la doliente ciudad caribeña, vemos a Pedro Juan distanciándose cada vez más de la gigante sombra del escritor
americano, entretejiendo su propio estilo y desarrollando su propia manera de enfrentarse al mundo. Las similitudes son obvias, no más porque descienden de la misma estirpe. Ambos agarran la vida por los
huevos y la dejan libre de florituras. Ambos son precisos cirujanos de la realidad
más cruda y ambos emprenden la lucha con la misma certeza de que al final no les espera
recompensa alguna.
En el caso de Pedro Juan el humor es más velado, pero cuando aparece igual de efectivo. Demuestra gran
maestría a la hora de trasladar el lenguaje de la calle a la página escrita y logra hacernos sentir el calor y
la humedad del ambiente a pesar de no ser excesivamente descriptivo.
En sus
relatos hay putas, alcohol, tabaco, sangre, calaveras y corrupción. Pero
también hay ternura, melancolía, dolor por antiguos desengaños y amor por la
gente miserable que le rodea.
Aún no lo
he terminado, pero ya puedo estar seguro de que no le voy a quitar el ojo de
encima. Digno continuador de una forma de escribir y afrontar el mundo que aún
hoy sigue menospreciándose y considerándose de arte menor, pero que para todos
aquellos que no buscan engolosinarse con fuegos artificiales, resulta de una
urgencia vital.
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