miércoles, 5 de junio de 2013

CAMINO DE LOS ÁNGELES; John Fante



Quien ya haya tenido entre sus manos alguno de los otros episodios de la tetralogía formada por “Espera a la Primavera, Bandini”, “Pregúntale al polvo” o “Sueños de Bunker Hill”, encontrará en este relato una prueba más del genial magisterio del escritor italoamericano John Fante. Si bien no rayando al gran nivel demostrado en Pregúntale al polvo, pero no decepcionando en ningún momento en cuanto a su característico sentido del humor y a su valiente libertad expositiva, más meritoria si cabe si tenemos en cuenta el año del que data la obra, alrededor del 36, época en la que este tipo de escritos nacían condenados al ostracismo del mundo editorial.
Aún así, John Fante parece estar orgulloso de su creación, como traslucen estas palabras extraídas de una carta escrita por él mismo en 1936: «Camino de Los Ángeles está terminada y yo estoy encantado, chico, espero enviártela el viernes. Parte del contenido pondría de punta los pelos del culo de un lobo. Puede que sea demasiado fuerte; quiero decir que carece de “buen gusto”»
            La publicación no se llevará a cabo hasta después de su muerte, cuando su mujer encuentre el manuscrito entre unos papeles olvidados.
            Libro que podríamos considerar de “iniciación”, de despertar a una vocación tan singular como es la artística, en el cual encontraremos al mismo Arturo Bandini (alter ego de su creador) que más tarde veremos pasándolas putas en Pregúntale al Polvo, en la ciudad de Los Ángeles, intentando sacar adelante su carrera de escritor. Aquí lo encontramos en su estado más puro, con la sexualidad a flor de piel y con el ego extremadamente inflamado, propio de un tardoadolescente atrapado por sus instintos más incontrolables. Dicho ardor se verá intensificado a su vez por los delirios de grandeza propios de todo joven aspirante a escritor. Esta altanería le llevará a utilizar con sus interlocutores palabras incomprensibles, de alta alcurnia, para demostrar su superioridad: ante su madre, su ante hermana, ante su tío, ante el camarero del bar que frecuenta e incluso ante sus propios compañeros de trabajo, que lo ridiculizan desde el primer día que pisa la fábrica cuando, bajo el título de “escritor”, se presenta echando la pota por el fuerte olor a pescado de las instalaciones.
            Arturo está convencido de ser un elegido; lee a Nietzche, a Shopenhauer y a Spengler, se considera “un superhombre”, el mismísimo Zaratustra. Considera que las condiciones para desarrollar su carrera de escritor no son las apropiadas. Ni el lugar donde vive; San Pedro, el puerto de Los Ángeles; ni las personas con las que convive, su madre y su hermana, dos mojigatas analfabetas.
            Otro aspecto importante, no solo en este volumen sino también a lo largo de toda su obra, es el mundo de la inmigración. El propio Arturo Bandini, italiano, siente en sus carnes la discriminación desde su infancia, cuando sus compañeros de escuela le hacen sentir su condición de foráneo llamándolo cruelmente “spaghetti” en unas ocasiones y en otras no menos crueles “macarroni”. Esto no le impedirá hacer lo mismo con sus compañeros de trabajo: filipinos, mexicanos… porque él es Arturo Bandini, no un simple mortal; él, Arturo, el escritor, llamado a escribir las páginas de oro de “la posteridad”.
Arturo oscilará a lo largo del relato, como buen ciclotímico, desde la delirante exaltación del yo al autodesprecio más virulento y flagelante.  La realidad en la que está inmerso y que pesa sobre sus hombros, la América de la Depresión, le irá recordando a cada instante que el camino hacía Los Ángeles no va a resultarle nada fácil.

            Documento que no llega a la categoría de obra maestra, pero que no decepciona en absoluto; la risa está asegurada, aspecto nada desdeñable si tenemos en cuenta que el arte de hacer reír con palabras está solo al alcance de unos pocos elegidos, entre los que se encuentra como uno de los pioneros indiscutibles el mismísimo John Fante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario