Quien ya haya tenido entre sus manos alguno de los otros
episodios de la tetralogía formada por “Espera a la Primavera, Bandini”, “Pregúntale
al polvo” o “Sueños de Bunker Hill”, encontrará en este relato una prueba más
del genial magisterio del escritor italoamericano John Fante. Si bien no rayando
al gran nivel demostrado en Pregúntale al polvo, pero no decepcionando en
ningún momento en cuanto a su característico sentido del humor y a su valiente
libertad expositiva, más meritoria si cabe si tenemos en cuenta el año del que
data la obra, alrededor del 36, época en la que este tipo de escritos
nacían condenados al ostracismo del mundo editorial.
Aún así, John Fante parece estar
orgulloso de su creación, como traslucen estas palabras extraídas de una carta
escrita por él mismo en 1936: «Camino de Los Ángeles está terminada y yo estoy
encantado, chico, espero enviártela el viernes. Parte del contenido pondría de
punta los pelos del culo de un lobo. Puede que sea demasiado fuerte; quiero
decir que carece de “buen gusto”»
La
publicación no se llevará a cabo hasta después de su muerte, cuando su mujer
encuentre el manuscrito entre unos papeles olvidados.
Libro que
podríamos considerar de “iniciación”, de despertar a una vocación tan singular
como es la artística, en el cual encontraremos al mismo Arturo Bandini (alter
ego de su creador) que más tarde veremos pasándolas putas en Pregúntale al
Polvo, en la ciudad de Los Ángeles, intentando sacar adelante su carrera de escritor.
Aquí lo encontramos en su estado más puro, con la sexualidad a flor de piel y
con el ego extremadamente inflamado, propio de un tardoadolescente atrapado por
sus instintos más incontrolables. Dicho ardor se verá intensificado a su vez por
los delirios de grandeza propios de todo joven aspirante a escritor. Esta
altanería le llevará a utilizar con sus interlocutores palabras
incomprensibles, de alta alcurnia, para demostrar su superioridad: ante su
madre, su ante hermana, ante su tío, ante el camarero del bar que frecuenta e
incluso ante sus propios compañeros de trabajo, que lo ridiculizan desde el primer
día que pisa la fábrica cuando, bajo el título de “escritor”, se presenta
echando la pota por el fuerte olor a pescado de las instalaciones.
Arturo está
convencido de ser un elegido; lee a Nietzche, a Shopenhauer y a Spengler, se
considera “un superhombre”, el mismísimo Zaratustra. Considera que las
condiciones para desarrollar su carrera de escritor no son las apropiadas. Ni
el lugar donde vive; San Pedro, el puerto de Los Ángeles; ni las personas con
las que convive, su madre y su hermana, dos mojigatas analfabetas.
Otro
aspecto importante, no solo en este volumen sino también a lo largo de toda su
obra, es el mundo de la inmigración. El propio Arturo Bandini, italiano, siente
en sus carnes la discriminación desde su infancia, cuando sus compañeros de
escuela le hacen sentir su condición de foráneo llamándolo cruelmente “spaghetti”
en unas ocasiones y en otras no menos crueles “macarroni”. Esto no le impedirá
hacer lo mismo con sus compañeros de trabajo: filipinos, mexicanos… porque él
es Arturo Bandini, no un simple mortal; él, Arturo, el escritor, llamado a
escribir las páginas de oro de “la posteridad”.
Arturo oscilará a lo largo del
relato, como buen ciclotímico, desde la delirante exaltación del yo al
autodesprecio más virulento y flagelante. La realidad en la que está inmerso y que pesa
sobre sus hombros, la América de la Depresión, le irá recordando a cada
instante que el camino hacía Los Ángeles no va a resultarle nada fácil.
Documento
que no llega a la categoría de obra maestra, pero que no decepciona en
absoluto; la risa está asegurada, aspecto nada desdeñable si tenemos en cuenta
que el arte de hacer reír con palabras está solo al alcance de unos pocos
elegidos, entre los que se encuentra como uno de los pioneros indiscutibles el
mismísimo John Fante.
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