sábado, 2 de febrero de 2013

Cabo Imbécil


Yo no sé como me meto en estos embolaos. No quería ir, pero me animaron: «Venga va, que nos lo vamos a pasar teta. En casa de mi abuela… un chalecito adosado… con dos plantas… la playa a tiro de piedra» Y allá fui, to tonto, a pasar el fin de semana.
Me olía que todo no podía ir de color de rosa. Cuando llegué me lo soltó, Lucien, mi amigo: «Ahh, y viene una pareja, con su niña, amigos míos. Son muy enrollaos. Ya los verás» No sé donde estaba lo enrrollao del asunto, pasar un fin de semana con los Brady, pero bueno... Tenía que confiar en él, que luego venían los reproches: «Coño, es que no te gusta nadie» «Ostias tío, relaciónate» «¡Cago en la virgen! ¡Es que no todo el mundo va a ser como tú!» Esta última era mi preferida, no sabía por qué todos pensaban que me gustaría vivir en un mundo en el que la gente fuese igual que yo. Me conformaba con que no existiese nadie en ese mundo. Sin duda, el mejor.

            Llegaron tarde, casi de noche. Soltaron los bártulos y allí, en la cocina, comenzaron las presentaciones. La niña era una monada, la madre parecía simpática… el padre… había algo en su cara que no me terminaba de gustar. No tardó en confirmar mis sospechas.
            —Bueno, ¿y tú a qué te dedicas, Afry?
            —Trabajo en una oficina… y también estoy liado con oposiciones…
            —¡Oposiciones! Muy bien… Yo estudié oposiciones… soy cabo, ¿sabes?... llevo en el ejercito desde los dieciocho… Lo mío me ha costado… no fue fácil… pero me viene de vocación… estoy esperando para embarcarme en la próxima misión… Afganistán… no sé si lo habrás oído…
            —No.
            —Pues lo que te digo… ya va siendo hora… no todo va ser formar a novatillos… Créeme… no me gusta ser severo… pero a veces es necesario… Que a mí nadie me toca los huevos… ¡eh!... A mí no se me escapa ni una… Yo me saqué mis oposiciones con mucho esfuerzo como para estar aguantando gilipolleces… Yo juré por la bandera y por el Rey defender España… por eso quiero ir a Afganistán… necesito acción… probarme en el terreno… para eso estamos preparados.
            —Desde luego.
            —Para eso estamos… Si tuviese que interponerme entre una bala y el Rey no me lo pensaría dos veces… yo he jurado la bandera ¿sabes?... Es mi deber…
            Tras la larga perorata dio un largo trago a su birra. Soñé, como en algunas películas de dibujitos, con una de esas imágines a modo de flash en la que un puño de boxeo con muelles sale disparado penetrándole en todo el boquino. Lo visualicé en mi mente y sonreí. Me devolvió la sonrisa mientras daba otro largo trago, brazo en jarra, a su sobada cerveza. El tipo era definitivamente un gilipollas, de los de cuidao.
           
            Pasamos, al otro, un hermoso día en la playa. La pequeña y su mujer eran bellísimas personas. No comprendía como aquel neanthertal podía tener mujer e hija. Quiero decir… cualquier imbécil puede tener mujer e hija… lo extraño era que no lo hubieran abandonado ya. Esto me tenía con la mosca detrás de la oreja.
            Habíamos proyectado hacer una barbacoa en el jardín del adosado, a media tarde, después de la playa. La familia subió primero a hacer sus cosas de familia. Lucien y yo nos quedamos un rato más viendo el atardecer.
            —Lucien.
            —¿Qué?
            —Ese tío es gilipollas.
            —No, hombre… no es mala gente.
            —Y de los de mucho cuidado. Te digo yo que he conocido a lerdos del culo como este, no me fío.
            —Es un poco fantasma, pero luego es buen chaval.
            —¿Un poco fantasma? Es el Coco en persona.
Recogimos los bártulos y volvimos al nido.

Allí nos encontramos con toda la familia recién duchada, oliendo a Nenuco. Los bajos del coche de Lucien estaban jodidos; había que hacerles un arreglillo. Cabo Imbécil se ofreció para ir preparando la barbacoa, mientras nosotros íbamos a jugar a los mecánicos. Salimos al porche en busca del vehículo. Juro por Dios que no había pasado ni un minuto cuando unos gritos, a lo lejos, captaron nuestra atención.
—…ucien! …ucien!
—¿Lucien? ¿Dicen Lucien?
—Que va, será una madre llamando a su hijo.
Una leche. Lo siguiente que oímos fue más inquietante. La mamá salía despavorida por la puerta del adosado, gritando.
—¡Llamad a los bomberos! ¡A los bomberos!
Corrimos al interior de la casa y la cruzamos como una exhalación hasta el patio trasero. Lo que nos encontramos allí era para verlo. Era Cabo Imbécil, petrificado, sin mover un pelo del culo, observando un espectáculo luminoso. Las llamas cubrían el seto y se extendían cuatro metros por encima de nuestras cabezas. ¡Menuda fogata! ¡La ostia! ¡La que había liado! ¡Si ya lo sabía yo! ¡Semejante tonto no podía durar tanto sin cagarla! ¡Es que me dieron ganas de cogerlo y tortearlo! ¡Así… con toda la mano abierta! ¡Había que ser pero que muy tonto! ¡La virgen, qué gilipollas! Lucien ya es que ni se movía, del miedo. La urbanización entera iba a quedarse hecha fosfatina… ¡Joder Joder Joder! ¡El barrio entero! ¡Iba a arder hasta el cielo! ¡Y con muertos y todo! Ya nos veía en el trullo… nos iban a hacer el culo Pepsi-Cola…
—¡Pero animal! ¡Coge la manguera! —Le gritaba su mujer desde el balcón.
            —A los bomberos… ¡ostias! ¡Llamadlos!
            —¡Agua! ¡Coño! ¡Cubos! ¡Nos os quedéis parados….!
            Corrí al interior de la casa. Cogí el cubo de la fregona y empecé a llenarlo en el fregadero. Aquello tardaba tela, los segundos goteaban del grifo como puñeteros. No había tiempo que perder, la casa del al lado tenía un techado de madera que ya estaba empezando a chamuscarse… Se iba a liar la de Dios…
            Cuando volví, aquello me sobrecogió. Las llamas habían duplicado su potencia y el seto ardía ya tres cuartos. Cabo Imbécil, el imbécil, estaba subido al tejado apuntando con la manguera casi sin potencia sobre las llamas. Se estaba quemando… el pavanata.
            —¡Pero bájate de ahí, que te vas a matar! —Gritaba su mujer, al borde del ataque de ansiedad.
            —¿¡Pero tu eres retrasado!?¡Me voy a cagar en toda tu fundación! ¿¡Pero tú lo estás viendo!? 
            —Es gilipollas, Lucien… ¿te lo dije o no te lo dije?
            —¡Ha sido de pronto…! ¡de pronto…! —se excusaba—.
            —¡De pronto te voy a arrancar el corazón…! ¡Me voy a cagar ya hasta en tu madre…!
            Lucien echaba espumarajos por la boca… es que veía la factura venir… si salíamos vivos… claro. La cosa se nos estaba yendo de las manos… los cubos no apagaban ni una cerilla… Si seguía así, aquel soplapollas iba a arder como una Falla… Nos veía a todos ya carbonizados… la urbanización… la ciudad entera… y todo por la acción de un solo hombre: Cabo Primero de Zapadores.
            —¿…a Afganistán vas a ir? ¿¡Es que eres un GIJOE!? ¡Hay que tener cojones para darte a ti un arma! ¡Quien fue el retrasado que te aprobó las oposiciones! ¡Fantasma!... ¡No!... ¡No!... ¡Aquí!... ¡Mírame a los ojitos! ¡Sí!... ¡Fantasmón!
            Yo intentaba calmar a Lucien… No había manera… el trabajo era agotador… Solo habían pasado siete minutos… ya habría tiempo de ponerle la cara como Cristo manda.
            Cuando ya lo creíamos todo perdido, de pronto, de no se sabe donde, empezó a llegar gente de todos lados. Colaboración ciudadana, de la buena. Gentes con cubos… mangueras que salían de las casas colindantes… de las calles adyacentes… de los pueblos cercanos… Entraban por la primera planta… por el sótano… por el jardín… nos tenían rodeados… Al final, en un minuto, lo que parecía iba a acabar en catástrofe, quedó en un montón de ramas secas y humo espeso. Había que verlo, al Cabo, al que iba a salvar al Rey. Sudaba la gota gorda. De pronto, sus aires de Rambo se le habían ido. Era un conejito. No le salía ni la voz. Se ahogaba… Lucien es que no lo quería ni ver…
            —¿Pero como has hecho… hijo de mi vida?
            —Estaba abanicando… y una chispa ha saltado al seto… y ya no sé…
            —¿Y qué más?
            —He seguido abanicando… pensaba que así…
            En ese momento se presentó la policía. Procedieron a interrogarlo para redactar el parte. Después de un rato conversando, aclarando las circunstancias de lo ocurrido, parecían haber llegado a la misma conclusión:
Tonto, a secas.



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