sábado, 2 de febrero de 2013

Las Mandarinas


El vuelo era a las nueve del día siguiente, rumbo a Londres. Tenía tiempo de sobra para hacer una visita. Llamó a Luc esa misma tarde, de camino a Sevilla.
—Voy de camino a Sevilla, ¿te apetece?
—Tengo una reunión, saldré algo tarde. ¿A que hora llegas?
—A las once.
—Perfecto, me da tiempo a llegar a la estación. Espérame en la parada.
            Siempre era así de fácil. Habían echado mil polvos desde aquella vez, cuando se conocieron. Nico era portavoz de las juventudes y él, Luc, número dos del partido. Tenía pareja, pero ya se sabe. Al Luc le gustaba una polla más que a un tonto un lápiz. Le daba igual si eran verdes, negras o malvas. Le gustaba con venas, «como un árbol genealógico» solía decir.
            Luc le sacaba veinte años a Nico. Disfrutaba de una larga carrera en el ámbito local. No aspiraba a ascender a nivel autonómico o al nacional, lo suyo era el municipio. Lo tenía claro «a mayor altura, mayores problemas» No estaba dispuesto a caer, al menos no a pegar una hostia de las de órdago. Luc tenía una buena cabeza. Era licenciado en Medicina, pero nunca ejerció; de siempre lo suyo, lo que mejor se le había dado, era lo de lamer culos.
A su favor había que decir que tenía cierta clase; iba a Madrid todos los meses exclusivamente a comprarse ropa en la calle Serrano. No podía con la vulgaridad, en términos materialistas. Él decía que de todo lo mejor. El mejor coche, la mejor casa, los mejores vinos… Y claro, como buen dandy, no se conformaba con cualquier cosa. Le gustaba jovencitos. Universitarios, más bien. Por eso Nico era siempre bienvenido.
            —¿Pero de dónde vienes, boquita de piñón?
—De una reunión del partido, estamos buscando apoyos del grupo mixto para los presupuestos.
—¡Uyy, mixto! Como tú, cacho perro… que yo sé que también te van los molletes…
—Deja de plumear, pareces una folclórica —A Luc no le gustaba los amaneramientos—.
—Escucha al pijo… ¿se te ha atravesado un pelo de coño…?
Montaron en el BMW de Luc y pusieron rumbo al dúplex que tenía en la playa. Era su segunda residencia, el picadero, fuera de la vista del ciudadano de a pie. A Luc le gustaba tener todo bajo control; sus vicios y sus excesos no los iba pregonando por ahí, a lo loco. Incluso cuando pedía una botella de champagne de seiscientos euros se cuidaba de que el resto de acompañantes del reservado lo ignorasen. Lo del coche tenía un pase. Tenía otro de alta gama guardado en el garaje, para pavonearse por localidades cercanas. No era excesivo pasearse con un BMW, la gente lo aceptaba, era normal… un hombre de política, no era para menos.
—¿¡Te quieres esperar!? Estate quieto.
—Oinch… qué soso eres… ¿es que tienes miedo?
—¿Es que ahora eres La Tacones? ¿Qué coño te pasa? ¿Vienes de una rave de Chueca?
—Es para joderte, ya sabes que no soporto a esas carnavaleras…
—He comprado vino de camino a la estación. No quedaba en casa.
—¿…pero esto qué cojones es? ¿¡Me quieres envenenar!? ¡Vino de cartón! ¡Embotellado!
—He parado en una tienda de comestibles… ¿qué quieres?
—…comerte el pollón, Clinton mío.
Dejaron el coche en el garaje y subieron por la escalera que daba directamente a la casa.
—¿Y el picha floja de tu novio?
—Está en casa de sus padres, en el pueblo.
—¡Qué puta eres! Y con jovencitos. ¿No te da vergüenza?
—Puedo hacer lo que me de la gana. Hasta cortarte la cabeza con esa katana… nadie lo sabría. Tengo formas de hacer desaparecer las cosas de la faz de la tierra.
—¿Qué eres ahora, el jodido Al Capone? A ti se te está subiendo la política a la cabeza.
—Tengo amigos en Madrid… estas cosas se hacen con un par de llamadas. ¡Ah! ¿Te acuerdas cuando estuvimos en ARCO el año pasado?
—Claro…
—¿El ciempiés gigante que andaba con cien pollas?
—¡NOO!
—Mira por la ventana.
—¡No me lo puedo creer! Y ahí lo tienes… en el jardín. Te ha debido costar una pasta.
—No sabes tu bien… es de un artista del que se habla mucho últimamente. Empezó haciendo graffitis en las calles de Baltimore. Está muy cotizado…
—Vamos a follar…
Empezaron haciéndolo en el salón. Luc parecía estar incómodo. Le hizo ver que no podían hacerlo en el sofá; era de piel, no quería mancharlo. Se echaron al suelo, sobre una amplia alfombra que cubría toda la habitación.
—¡Escúpeme en el culo, gilipollas!
—¿Desde cuándo no lo haces?
—No te emociones… han habido otros antes que tú.
—Y qué pasa, ¿se han dejado la polla dentro?
—¡Imbécil!
—Cállate y agárrate los huevos… los tienes muy gordos…
—¡Me voy a ir! ¡Me voy a ir!
—Eres una niña idiota, te voy a hacer callar.
Luc agarró la funda de la katana y empezó a azotarlo.
—¿Pero qué haces, retrasado?
—¡Que te calles!
—¡Sí… me gusta! ¡Qué buenas ideas tienes, Luc!
—¿Pero qué te pasa? ¿Te has tragado un reparto de Almodóvar?
—¡Me voy a ir, Luc…! ¡Cómo me zumbas en las próstata!
Luc dejó la funda de la katana apoyada sobre una silla y se dirigió al baño. Se miró al espejo y sacudió la cabeza, «¿qué estoy haciendo con este gilipollas?» se dijo, desencantado. A Nico le había entrado hambre. Se puso los calzoncillos y se fue a la cocina, directo a la nevera.
—¡Wooo! ¿Pero esto qué es lo que es, María Martillo?
—¿El qué?
—Tío, tienes la nevera llena de mandarinas. ¡Solo mandarinas! ¿Qué haces con esto?
—Es un regalo.
—¿Un regalo de quién? ¿De Don Simón?
—Cerré un negocio, ya sabes.
—¿Qué sé?
—Hay cosas que es mejor no pagar con dinero. Y se paga así, en especie.
—Debió ser algo muy gordo… por esto te pueden meter en la cárcel, lo sabes ¿no? JAJAJA
—¿De qué te ríes? No tienes ni idea. Fui parte importante en una negociación.
—¿Convenciste a un gato para que bajase de un árbol? ¡Ay! ¡Es que me meo!
A Luc empezó a subírsele los colores a la cara. Apretó los puños y clavó la mirada en Nico. A él las bromas gilipollas no le gustaban, se tenía en alta estima, no permitía que se burlasen de él.
—Te la estás jugando.
—¿Vas a meter una cabeza de caballo en mi cama?
—Tienes envidia, niñato. Tú te has comido una mierda en el partido. Te echaron por no saber sujetarte esa mano fláccida de vieja putona.
—No sé como no te han largado ya, todo el mundo sabe que eres gay. Es paradójico, ¿verdad? ¿Por qué somos de este partido? Somos conservadores, ¿no? Nuestros compañeros, muchos de ellos, siguen pensando que lo nuestro es una enfermedad. Y encima no quieren que nos casemos. Pero no sé… es que es raro que nos casemos ¿no? Y encima creemos en Dios, cuando al Vaticano le gustaría vernos colgados de los huevos. No sé, ¿tú qué crees? ¿Por qué eres del partido?
—Por las ideas.
—¡Y una leche! ¿Te crees que follo contigo porque eres guapo? ¿Pero tú te has visto, corazón? A mi me gusta tu coche, tu casa… tu cipote de oro. A mi me pone el poder. Que me compren cosas, que me lleven de viaje… Me da igual que los nuestros digan que nos estamos cargando la familia. ¿Quién quiere una familia? ¡Vamos! Dime, sé sincero…
—¿Es que hoy no te vas a callar?
—… me gusta cuando te pones agresivo. ¡Ven, acércate!
Empezaron de nuevo, en el salón. Mientras Luc lo culeaba con todas sus fuerzas, no podía evitar quitarle el ojo de encima a la katana. La miraba y miraba a Nico. «Sabe Dios que si pudiese te metía un tajo en todo el cuello» pensó, mientras lo castigaba con todas su fuerzas. Finalmente, lleno de rabia e impotencia, alargó el brazo y se decidió por la funda. Nico se percató de sus movimientos.
—¿Pero…? ¿Qué vas a hacer? ¡Oh sí! ¡Vamos, cariño! ¡Como tú sabes! ¡Hazlo fuerte! ¡Deja bien claro quién manda aquí…!


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