El vuelo era a las nueve del día
siguiente, rumbo a Londres. Tenía tiempo de sobra para hacer una visita. Llamó
a Luc esa misma tarde, de camino a Sevilla.
—Voy de camino a Sevilla, ¿te
apetece?
—Tengo una reunión, saldré algo
tarde. ¿A que hora llegas?
—A las once.
—Perfecto, me da tiempo a llegar
a la estación. Espérame en la parada.
Siempre
era así de fácil. Habían echado mil polvos desde aquella vez, cuando se
conocieron. Nico era portavoz de las juventudes y él, Luc, número dos del partido.
Tenía pareja, pero ya se sabe. Al Luc le gustaba una polla más que a un tonto
un lápiz. Le daba igual si eran verdes, negras o malvas. Le gustaba con venas,
«como un árbol genealógico» solía decir.
Luc
le sacaba veinte años a Nico. Disfrutaba de una larga carrera en el ámbito
local. No aspiraba a ascender a nivel autonómico o al nacional, lo suyo era el
municipio. Lo tenía claro «a mayor altura, mayores problemas» No estaba
dispuesto a caer, al menos no a pegar una hostia de las de órdago. Luc tenía
una buena cabeza. Era licenciado en Medicina, pero nunca ejerció; de siempre lo
suyo, lo que mejor se le había dado, era lo de lamer culos.
A su favor
había que decir que tenía cierta clase; iba a Madrid todos los meses
exclusivamente a comprarse ropa en la calle Serrano. No podía con la vulgaridad,
en términos materialistas. Él decía que de todo lo mejor. El mejor coche, la
mejor casa, los mejores vinos… Y claro, como buen dandy, no se conformaba con
cualquier cosa. Le gustaba jovencitos. Universitarios, más bien. Por eso Nico
era siempre bienvenido.
—¿Pero
de dónde vienes, boquita de piñón?
—De una
reunión del partido, estamos buscando apoyos del grupo mixto para los
presupuestos.
—¡Uyy, mixto!
Como tú, cacho perro… que yo sé que también te van los molletes…
—Deja de
plumear, pareces una folclórica —A Luc no le gustaba los amaneramientos—.
—Escucha al
pijo… ¿se te ha atravesado un pelo de coño…?
Montaron en el
BMW de Luc y pusieron rumbo al dúplex que tenía en la playa. Era su segunda
residencia, el picadero, fuera de la vista del ciudadano de a pie. A Luc le gustaba
tener todo bajo control; sus vicios y sus excesos no los iba pregonando por
ahí, a lo loco. Incluso cuando pedía una botella de champagne de seiscientos
euros se cuidaba de que el resto de acompañantes del reservado lo ignorasen. Lo
del coche tenía un pase. Tenía otro de alta gama guardado en el garaje, para
pavonearse por localidades cercanas. No era excesivo pasearse con un BMW, la
gente lo aceptaba, era normal… un hombre de política, no era para menos.
—¿¡Te quieres
esperar!? Estate quieto.
—Oinch… qué soso
eres… ¿es que tienes miedo?
—¿Es que ahora
eres La Tacones? ¿Qué coño te pasa? ¿Vienes de una rave de Chueca?
—Es para
joderte, ya sabes que no soporto a esas carnavaleras…
—He comprado
vino de camino a la estación. No quedaba en casa.
—¿…pero esto
qué cojones es? ¿¡Me quieres envenenar!? ¡Vino de cartón! ¡Embotellado!
—He parado en
una tienda de comestibles… ¿qué quieres?
—…comerte el
pollón, Clinton mío.
Dejaron el
coche en el garaje y subieron por la escalera que daba directamente a la casa.
—¿Y el picha
floja de tu novio?
—Está en casa
de sus padres, en el pueblo.
—¡Qué puta
eres! Y con jovencitos. ¿No te da vergüenza?
—Puedo hacer
lo que me de la gana. Hasta cortarte la cabeza con esa katana… nadie lo sabría.
Tengo formas de hacer desaparecer las cosas de la faz de la tierra.
—¿Qué eres
ahora, el jodido Al Capone? A ti se te está subiendo la política a la cabeza.
—Tengo amigos
en Madrid… estas cosas se hacen con un par de llamadas. ¡Ah! ¿Te acuerdas
cuando estuvimos en ARCO el año pasado?
—Claro…
—¿El ciempiés
gigante que andaba con cien pollas?
—¡NOO!
—Mira por la
ventana.
—¡No me lo
puedo creer! Y ahí lo tienes… en el jardín. Te ha debido costar una pasta.
—No sabes tu
bien… es de un artista del que se habla mucho últimamente. Empezó haciendo graffitis en las calles de Baltimore.
Está muy cotizado…
—Vamos a
follar…
Empezaron
haciéndolo en el salón. Luc parecía estar incómodo. Le hizo ver que no podían
hacerlo en el sofá; era de piel, no quería mancharlo. Se echaron al suelo,
sobre una amplia alfombra que cubría toda la habitación.
—¡Escúpeme en
el culo, gilipollas!
—¿Desde cuándo
no lo haces?
—No te
emociones… han habido otros antes que tú.
—Y qué pasa,
¿se han dejado la polla dentro?
—¡Imbécil!
—Cállate y
agárrate los huevos… los tienes muy gordos…
—¡Me voy a ir!
¡Me voy a ir!
—Eres una niña
idiota, te voy a hacer callar.
Luc agarró la
funda de la katana y empezó a azotarlo.
—¿Pero qué
haces, retrasado?
—¡Que te
calles!
—¡Sí… me gusta!
¡Qué buenas ideas tienes, Luc!
—¿Pero qué te
pasa? ¿Te has tragado un reparto de Almodóvar?
—¡Me voy a ir,
Luc…! ¡Cómo me zumbas en las próstata!
Luc dejó la
funda de la katana apoyada sobre una silla y se dirigió al baño. Se miró al
espejo y sacudió la cabeza, «¿qué estoy haciendo con este gilipollas?» se dijo,
desencantado. A Nico le había entrado hambre. Se puso los calzoncillos y se fue
a la cocina, directo a la nevera.
—¡Wooo! ¿Pero
esto qué es lo que es, María Martillo?
—¿El qué?
—Tío, tienes
la nevera llena de mandarinas. ¡Solo mandarinas! ¿Qué haces con esto?
—Es un regalo.
—¿Un regalo de
quién? ¿De Don Simón?
—Cerré un
negocio, ya sabes.
—¿Qué sé?
—Hay cosas que
es mejor no pagar con dinero. Y se paga así, en especie.
—Debió ser
algo muy gordo… por esto te pueden meter en la cárcel, lo sabes ¿no? JAJAJA
—¿De qué te
ríes? No tienes ni idea. Fui parte importante en una negociación.
—¿Convenciste
a un gato para que bajase de un árbol? ¡Ay! ¡Es que me meo!
A Luc empezó a
subírsele los colores a la cara. Apretó los puños y clavó la mirada en Nico. A
él las bromas gilipollas no le gustaban, se tenía en alta estima, no permitía
que se burlasen de él.
—Te la estás
jugando.
—¿Vas a meter
una cabeza de caballo en mi cama?
—Tienes
envidia, niñato. Tú te has comido una mierda en el partido. Te echaron por no
saber sujetarte esa mano fláccida de vieja putona.
—No sé como no
te han largado ya, todo el mundo sabe que eres gay. Es paradójico, ¿verdad?
¿Por qué somos de este partido? Somos conservadores, ¿no? Nuestros compañeros,
muchos de ellos, siguen pensando que lo nuestro es una enfermedad. Y encima no
quieren que nos casemos. Pero no sé… es que es raro que nos casemos ¿no? Y encima
creemos en Dios, cuando al Vaticano le gustaría vernos colgados de los huevos.
No sé, ¿tú qué crees? ¿Por qué eres del partido?
—Por las
ideas.
—¡Y una leche!
¿Te crees que follo contigo porque eres guapo? ¿Pero tú te has visto, corazón? A
mi me gusta tu coche, tu casa… tu cipote de oro. A mi me pone el poder. Que me
compren cosas, que me lleven de viaje… Me da igual que los nuestros digan que
nos estamos cargando la familia. ¿Quién quiere una familia? ¡Vamos! Dime, sé
sincero…
—¿Es que hoy
no te vas a callar?
—… me gusta cuando
te pones agresivo. ¡Ven, acércate!
Empezaron de
nuevo, en el salón. Mientras Luc lo culeaba con todas sus fuerzas, no podía
evitar quitarle el ojo de encima a la katana. La miraba y miraba a Nico. «Sabe
Dios que si pudiese te metía un tajo en todo el cuello» pensó, mientras lo
castigaba con todas su fuerzas. Finalmente, lleno de rabia e impotencia, alargó
el brazo y se decidió por la funda. Nico se percató de sus movimientos.
—¿Pero…? ¿Qué
vas a hacer? ¡Oh sí! ¡Vamos, cariño! ¡Como tú sabes! ¡Hazlo fuerte! ¡Deja bien
claro quién manda aquí…!